Seis cuerdas y una pantalla: el refugio analógico en un mundo digital
Pasamos una media de 10 horas al día mirando píxeles. El código, por definición, es intangible; existe solo en servidores y pantallas. Por eso, cuando cierro el portátil, necesito desesperadamente tocar madera. La guitarra no es solo un hobby; es mi contrapeso, mi botón de "reset" sensorial.
El Bucle Infinito vs. El Flow
En programación, a menudo te quedas atascado en un bucle mental intentando resolver un *bug*. Es un proceso analítico, frustrante e iterativo. La música es lo opuesto. Cuando tocas, entras en un estado de "flow" donde no hay espacio para el análisis, solo para la acción y la emoción. No puedes pensar en la posición de los dedos y sentir la melodía a la vez; tienes que soltar el control racional.
Física vs. Píxeles
Hay una satisfacción primaria en la vibración física de una cuerda que ninguna notificación de Slack puede igualar. La resistencia del material, los callos en los dedos, el olor de la madera vieja... son recordatorios de que vivimos en un mundo físico. En un trabajo donde el resultado de tu esfuerzo es a menudo invisible (o virtual), generar un sonido real con tus manos es profundamente gratificante.
La Lección de la Improvisación
El Jazz y el Blues me han enseñado más sobre metodología Agile que muchos certificados. Improvisar es, en esencia, gestionar la incertidumbre en tiempo real. ¿Te lanzan una nota "incorrecta"? No te paras; la conviertes en parte de la melodía. Es la misma resiliencia necesaria cuando cae un servidor en producción: no entres en pánico, escucha lo que pasa y encuentra una salida creativa.
Conclusión: Equilibrio
No creo que fuese un buen tecnólogo si no tuviese este espacio analógico. La guitarra limpia la "memoria caché" de mi cerebro, permitiéndome volver al código al día siguiente con una perspectiva fresca. Si trabajas en digital, busca tu analógico: pinta, corre, cocina o toca. Tu mente te lo agradecerá.